Los molinos de viento de Campo de Criptana se alzan majestuosos en lo alto de una colina, como guardianes eternos de un pasado lleno de historias y leyendas. Son testigos silenciosos de tiempos remotos y han visto pasar generaciones enteras, manteniendo su esencia y su encanto inmutable a lo largo de los siglos.
Cuando me acerco a ellos, siento una mezcla de emoción y reverencia. Sus aspas giran con gracia y fuerza, como si danzaran al ritmo del viento que sopla en la llanura manchega. El sonido del roce del metal contra el aire crea una sinfonía única, que envuelve el lugar en una melodía ancestral.
Cada molino tiene su propia personalidad, su propia historia que contar. Sus cuerpos de piedra en tonos blancos y crema se erigen altivos, desafiando al paso del tiempo. Las grandes aspas de madera, desgastadas por los años, muestran cicatrices de batallas libradas contra el viento y las inclemencias del clima.
Imagino a los molineros que antaño trabajaron en estos gigantes de la naturaleza. Sus rostros curtidos por el sol y el viento, sus manos callosas por el esfuerzo constante. Me transporto a un tiempo en el que la energía eólica era la fuerza motriz de la región, cuando el molino era el corazón de la vida en Campo de Criptana.
Desde lo alto de uno de los molinos, la vista es impresionante. El paisaje se despliega ante mis ojos como un lienzo infinito. Los campos dorados de trigo ondean al compás de la brisa, y los olivos centenarios se alinean en perfecta armonía. Es como si el tiempo se detuviera, permitiéndonos apreciar la belleza de la naturaleza en su estado más puro.
La luz del atardecer tiñe de tonos cálidos el paisaje, creando un ambiente mágico y evocador. Las sombras de los molinos se alargan sobre el suelo, proyectando una imagen imponente y misteriosa. Es fácil dejarse llevar por la fantasía y transportarse a aquellos tiempos en los que Don Quijote cabalgaba por estas tierras, confundiendo gigantes con molinos.
Los molinos de viento de Campo de Criptana son mucho más que simples construcciones de piedra y madera. Son un símbolo de la historia y la cultura de la región, un legado que ha perdurado a lo largo de los siglos. Son la prueba de que, aunque el tiempo avance, hay lugares y tradiciones que nunca deben olvidarse, que merecen ser conservados y admirados para siempre.
Cierro los ojos y siento la brisa acariciando mi rostro. Escucho el sonido del viento y el crujir de las aspas. Me dejo llevar por la magia de los molinos de viento de Campo de Criptana, y en ese instante, el pasado y el presente se entrelazan en un abrazo eterno.